domingo, 4 de marzo de 2012

¿Entiendes ahora por qué no te llamo?


OCURRIÓ MIENTRAS le daba pecho a mi hija en posición imposible: el brazo retorcido como si el codo estuviera roto, la muñeca del revés y el cuello, en un ángulo más allá de la tortícolis. Era la única manera de llegar al teclado y aprovechar el primer momento razonablemente tranquilo del día –¡la teta!– para acabar esta columna. Un 'pipiii pipiiii' rompe el delicadísimo equilibrio: suena un mensaje en el móvil. Intento no hacerle caso. Pero llega otro. Y uno más. En otra contorsión imposible, logro coger el teléfono y no romperme los dedos.

MIENTRAS INTENTO leer los mensajes, oigo 'ggrrlluurr chafff plofff'. Inevitable sonido que precede a... la peste. Miro a mi hija y sí, cara de satisfacción. Acaba de hacerse 'popó' –la caca de toda la vida–. De su pañal asciende un olorcito que lo confirma. Pero resulta que ésta es una de esas deposiciones-extremadamente-líquidas-que-no-hay-pañal-que-absorba. Intentando minimizar daños, la arranco del pecho y la pongo en posición vertical, pero ya es tarde: una mancha naranja y con grumos se extiende por su espalda. ¡Mierda!, pienso. ¡Mierda! Literal.

SUELTO EL MÓVIL, el ordenador y la vergüenza. Suelto todo menos a mi hija y salgo disparada hacia el cambiador. Pero, a medio camino, noto un calorcito que desciende por mi espalda desde mi hombro. Un pestilente olor a leche agria se solapa al de la caca. Paro. Tomo aire. Cierro los ojos. No pasa nada. Repite conmigo: "No pasa nada". Descartada la opción de meternos las dos en la lavadora, sigo hacia el cambiador. Intentando que mi brazo no roce la zona afectada, mi niña y yo hacemos equilibrios mientras extiendo un empapador y saco una toallita húmeda con los dientes. Siento a la peque, la apoyo en mi pecho, para que no se caiga de lado, y maniobro con la toallita para sacarle el jersey y el body llenos de caca, sin mancharle el resto del cuerpo. Veo que tiembla. Con la punta del pie enciendo el calefactor. Imposible llegar al armario; así que la cojo para darle calor y ¡otra vez!, con el pie, abro el cajón. Lo primero que pillo es verde y rojo. Da igual. No es momento para pensar en pasarelas. La vuelvo a tumbar. Le saco el pañal. Lo cierro con mi truco-patentado-anti-escapes-y-olores, abro la papelera con mi pie mágico y lo encesto. Limpio a la niña. Le pongo crema y pañal (otro pañal, claro) y la visto.

PARECE UN SEMÁFORO, pero da igual. Con un algodón le saco un resto de leche, que aún le queda en la mejilla. Me mira, amaga con llorar. La abrazo. La calmo. De reojo, veo la ropa llena de caca y leche en el suelo. Me dejo las piernas, agachándome para cogerla (porque toda mamá perfecta sabe que ESAS manchas hay que quitarlas enseguida), y hago equilibrios para, sin soltarla, llenar de agua la pila de la cocina, meter la ropa, echarle Mistol (el Mistol está abierto y a mano, el detergente de lavadora, no) y rezar para que no se endurezca antes de que se duerma la niña y tenga tiempo de frotar las manchas.


P.D: Volvemos al pecho que dejamos a medias. Pero algo sigue oliendo mal. Es mi camiseta, llena de leche regurgitada. Yo, tan limpia y puntillosa antaño. Da igual. Ya me ducharé de noche, como otros días. ¿Entiendes ahora amigo, compañero, conocido o saludado, por qué no contesto tus mensajes?

Este artículo de Carme Chaparro plasma a la perfección MI REALIDAD tal cual es. Asi que ruego me disculpéis si no contesto en el acto a vuestras llamadas, mensajes, whatsapps, messengers y demás formas que existen hoy en día para comunicarse, y rezad por mi, que estaré metida en algún berenjenal agotador y poco apetecible, ji ji!

No hay comentarios:

Publicar un comentario